8.3.11

168. The Sopranos: el mito.



Les avisaba hace bien poco sobre lo que ahora mismo estoy sintiendo. La intensa relación que he establecido con la familia Soprano en el último mes y medio me pasa factura hoy.
El vacío, la tristeza, la pérdida, son los sentimientos que hoy albergo, tras haber disfrutado del final de tan magna obra.
Sabía que me pasaria y aquí estoy. Haber convivido durante horas con esta otra familia tantos días hace que ya la eche de menos, apenas 12 horas después de haber terminado la serie y tras una maratón de nueve episodios casi seguidos durante el mismo día. Sensación profunda de haber perdido a unos amigos a los que nunca más volverás a ver. Obsesión.
En una serie en la que todo el mundo, o casi todo, es inmoral, amoral, violento, asesino, cómplice, etc. es difícil creer que se le pueda tener tanto cariño a alguien. Sabes que todos deberían ser castigados, pero los quieres. Los proteges. Te duele que se vayan. ¿Son buenas personas en el fondo? No lo creo, merecen su castigo. Justicia. Pero tal vez sean modelos de algunas cosas que en el fondo todos deseamos. Riqueza, poder, no lo sé, pero esa empatía nace de algo, estoy seguro. No queremos ser Tony Soprano, pero nos gusta. Mucho, peligrosamente.
Y el final de la serie. No entiendo realmente a qué vino tanta polémica en su momento, tanto debate. Para mi, el final está muy claro. Pero lo discutimos, si quieren, en otro sitio.
Larga vida al mito. No la dejen escapar si les gusta la televisión o si son de los que se quejan de que nunca hay nada que valga la pena en ella.
IMPRESCINDIBLE.

2.3.11

167. Mitos balcánicos.

No escribo mucho últimamente, ya lo han notado. Hablo en plural pero no sé si alguien lee lo que escribo. A quién le importa igualmente. El narcisismo del que escribe es dar a conocer su obra, y eso es lo que hago.

Hoy les quiero hablar brevemente del documental de la ESPN "Once brothers", que trata sobre las vidas paralelas y separadas de dos mitos del baloncesto europeo y yugoslavo en particular. El serbio Vlade Divac y el croata y mejor jugador europeo que yo haya visto, Drazen Petrovic.
A través de ellos, de su amistad, de sus carreras nos vamos acercando a los momentos previos a la guerra de los Balcanes que acabó dinamitando su relación. Un gesto, un segundo que acabó con ellos. Yugoslavia como país deja de existir, al igual que su amistad. Odio irreconciliable e ilógico. Lo que tanto se tardó en construir, roto en un segundo. Su amistad.
Y la muerte de Drazen que acaba con cualquier posibilidad de reconciliación y que deja a Divac con el peso, la carga, de no haberse podido volver a reunir con su otrora gran amigo y camarada. Para arreglar sus diferencias, para volver a lo que antes fueron. Hermanos.
Hasta que le rinde honores en Zagreb. Lágrimas.